“En un mundo dividido por discordias, violencia, odio, y rencor, es posible amarse, reconciliarse y servirse entre nosotros” Mons. Oscar

Celebración del Jueves Santo, de la Cena del Señor, el Arzobispo de Cochabamba destacó el ejemplo que Jesús entrega a sus discípulos y con ellos a toda la Iglesia; frente a las dificultades y crisis del mundo, es posible vivir el mandamiento del amor, en el servicio y la reconciliación.  

Subrayó además la importancia de la entrega de amor del Señor como alimento celestial, en el sublime sacramento de la Eucaristía, centro de la vida cristiana que, a través del sacerdote se realiza ese gran milagro. “Es Dios que a través de los hombres se hace presente”.

Homilía de Mons. Oscar Aparicio – Jueves Santo

Celebramos esta Eucaristía de institución de la Eucaristía, lo que hemos escuchado que la Palabra de Dios está narrando. Y como alguien decía, entre tantas reflexiones que empiezan a aparecer en este tiempo, es que Dios nos ha regalado y evidenciamos en el día de hoy tres aspectos fundamentales en la vida cristiana. El Sacerdocio Ministerial, la Eucaristía como el centro y el epicentro de la vida cristiana, la Santa Misa y también el Amor.

Y, de hecho, vemos que la Palabra de Dios se centra en aquello. Dios provee en nuestras vidas, Dios está presente en nuestras vidas. Si él mismo se da en oblación total, en entrega total, para que nosotros podamos también, no sólo encontrar la salvación o la liberación, sino, sobre todo, también tengamos el pan. Él se hace entrega total y lo hace por amor total. Es la institución de la Eucaristía, la presencia real y verdadera de Jesucristo nuestro Señor. Por eso, vean qué bonito tiene este aspecto también de peregrinar por las iglesias, encontrando a Jesús Sacramentado.

Claro, al inicio de nuestra celebración veíamos que la gente está con mucho gusto de querer peregrinar, visitar los templos. Solo que en este momento estaban haciendo esta peregrinación en vacío, diríamos así, como decía el diácono, porque la gente entraba por esta parte lateral de la catedral intentando tener esta visita al Santísimo Sacramento. Pero todavía estamos celebrando la Eucaristía. Por eso hemos hecho cerrar esta puerta lateral para celebrar con calma, con sencillez, también nuestra Eucaristía. Y luego sí tendremos la posibilidad de poner aquello que llamamos el monumento o el Santísimo Sacramento en este lugar que está preparado para venerar, adorar, reconocer a Jesús presente en el pan y en el vino.

Es el regalo más grande que Dios nos ha podido dar. Es el propio cuerpo de Jesús y la propia sangre de Jesús. Es una presencia real y verdadera, sacramento de salvación. Si hablamos de sacramento, estamos hablando del mayor signo del amor de Dios presente en medio de nosotros. De hecho, la mayor expresión del amor de Dios la encontramos en Jesús crucificado, y se nos dona a nosotros. Por eso ya la tradición de siglos de celebrar esta Eucaristía, o lo que decimos, también la Santa Misa tiene un valor enorme, es un regalo de parte de Jesús, es un regalo de parte de Dios, es algo que nos sostiene, es algo que nos alimenta. Es esta presencia real y verdadera de Jesús que está entre nosotros y nos ayuda a caminar.

Incluso si hablamos en este sentido de que estamos siendo una Iglesia sinodal, caminamos juntos, es porque el Señor se hace Eucaristía, es porque el Señor se hace presente. Si dentro de un poco, al celebrar la Última Cena del Señor, nosotros también, consagrando el pan y el vino, encontramos a Jesucristo nuestro Señor. Por tanto, demos gracias, en primer lugar, a Dios por este gran regalo, la Eucaristía presente en medio de nosotros.

Pero también les decía que el otro gran regalo que Dios nos da es el sacerdocio ministerial. Es cierto que todos nosotros, como pueblo de Dios, como Iglesia, como asamblea convocada, participamos del sacerdocio real de Jesucristo ya por el bautizo.

Pero es verdad también que se elige a algunos hombres, entre los de la comunidad, para darles el orden, el orden sagrado, el orden sacerdotal. Este es otro de los grandes regalos.

En la Misa Crismal hemos visto como nuestros sacerdotes han renovado el ministerio sacerdotal. Aquello que han recibido un día lo vuelven a renovar, año tras año, sabiendo que, a través de este ministerio, a través de esta consagración, a través de esta dedicación total y plena en servicio a Dios y a la Iglesia, existe esta posibilidad, de que Dios se haga sacramento en medio de nosotros, signo del amor a través de los otros sacramentos, prioritariamente de la Eucaristía. Por eso, cuando celebramos la Eucaristía, el presbítero que celebra tomando el pan, dice: Este es mi cuerpo; tomando el vino dice: Ésta es mi sangre. En la persona de Jesús y es a través de esto que se realiza el gran milagro. Es Dios que a través de los hombres también se hace presente.

Y por último tenemos este hermoso y gran regalo del amor presente en medio de nosotros. Todo se hace por amor. Si aparece la Eucaristía, si Dios camina junto a nosotros. Si Él nos libera, si definitivamente Él también padecerá. Será entregado a las autoridades y será flagelado, será torturado, será crucificado y muerto, es también por amor. Y por amor Dios Padre los resucitará. Este es el mayor de los grandes anuncios. Por tanto, es el amor presente en medio también de nosotros. Y esto sí que lo sabemos, este lenguaje sí que lo conocemos. Quien es ausente del amor vive una vida vacía. Quién no ha experimentado el amor, vive una soledad individualista tremenda o vive en el odio, o en la violencia, o en la desesperanza. Por eso, lo que hoy realiza Jesús en el lavatorio de los pies es justamente esta de la mayor grande expresión de que es posible que nosotros, entre nosotros, cumplamos aquel mandato que Él mismo nos dice Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.

Vamos a, por tanto, también, aparte de celebrar la Eucaristía, Jesús Sacramentado en medio de nosotros, el sacerdocio que ha sido instituido. También hoy queremos hacer este signo del lavatorio de los pies. Lo solíamos siempre hacer como los apóstoles, como aquello que fue en el tiempo de Jesús, escoger a 12 hermanos nuestros para lavar los pies. Hoy lo vamos a hacer de una manera un poquito más sencilla, pero si queremos hacer. La limitación, en realidad, la vamos teniendo por mantener las normas de bioseguridad. Por eso es que este lavatorio de los pies no queremos hacer con doce hermanos, sino más bien con una familia que representa a toda la comunidad. Así como los 12 representan a la comunidad, esta familia se presenta también entonces a la comunidad. Más allá entonces de los números, les invito a entrar en la profundidad de este signo. Es esta posibilidad de que Jesús, amándonos a nosotros, inclina, lava los pies. Aquel que ha dicho: No he venido a ser servido, sino a servir, se inclina y lava los pies por amor. Y esto mismo nos llama a nosotros a ser en medio de nosotros o entre nosotros. ámense los unos a los otros, sírvanse los unos a los otros, acompáñense, ayúdense.

Y miren, hermanos, que este signo viene a ser una denuncia enorme en este mundo dividido por las discordias, por la violencia, por la guerra, por los odios, por los rencores, es posible amarse, es posible reconciliarse, es posible ayudarse entre nosotros. Cuántas divisiones podemos encontrar en nuestro país, muchísimas. A veces, entre familias es trágico cuando se ve familias que se desintegran y a veces se desintegran por esta estupidez de los bienes. Cuántas familias he visto desintegrarse Cuánta violencia también a veces a los más inocentes en medio nuestro. No sólo estoy hablando de la guerra producida también en Ucrania. La matanza de inocentes, estoy hablando también de divisiones nuestras, de incapacidades nuestras, de irreconciliaciones nuestras. Este signo es la denuncia más grande a que el desamor, la separación, la división, el odio, la violencia no nos lleva a ningún buen puerto.

Hagamos esto, inclinémonos y lavemos los pies a nuestros hermanos. Que tengamos la capacidad de convertirnos y ponernos el servicio a los demás, podamos manifestar también este deseo profundo de cumplir el mandamiento del Señor: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.

Vamos entonces, hermanos, a hacer este pequeño signo. Hagámoslo así, con sencillez, pero también sabiendo que somos nosotros los que estamos aquí actuando. No sólo es una cuestión de actores que estén aquí delante, sino más bien somos nosotros, Iglesia, que estamos realizando este gesto, porque tenemos el deseo profundo de servir y de amar.

Amén.

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