Formación: Elementos, Signos y Símbolos en la Semana Santa

La Semana Santa, Semana Mayor de la fe cristiana, en las distintas liturgias propias de cada día se pueden reconocer elementos, signos y símbolos muy particulares, que no son comunes durante el año litúrgico. Algunos de ellos son:
Ramos o palmas
El Domingo de Ramos empezamos la celebración con una procesión de homenaje a Cristo, acompañándole en su entrada en Jerusalén, en su camino a la cruz, la muerte y la resurrección.
Esta procesión la hacemos con cantos a Cristo, y también teniendo en las manos ramos o palmas, como hicieron los niños y habitantes de Jerusalén. En un momento de la liturgia de este domingo se hace la bendición de los Ramos. Un signo muy lindo es colocar los ramos al ingreso de los hogares, signo que Dios también es acogido allí y toda persona que la visite. En la fe de nuestros pueblos, además, que el Señor bendice ese hogar.
Oleos y Crisma
El Jueves Santo (u otro día cercano, antes de la Pascua), en la catedral, el obispo, acompañado por los sacerdotes y fieles de la diócesis celebran la Misa Crismal, donde se bendicen los oleos y consagra Crisma que van a ser usados en varios sacramentos:
El Óleo de los catecúmenos, para el bautismo,
El Óleo para los enfermos,
El Santo Crisma, para el bautismo, la confirmación y las ordenaciones.
Los óleos son de aceite, y el crisma, mezcla de aceite y bálsamos perfumados. Espíritu de Dios quiere obrar en nosotros espiritualmente en esos sacramentos, donde se usan estos oleos
En la cercanía de la Pascua se bendicen estos óleos y se consagra el Crisma para indicar que todos los sacramentos proceden de Cristo Resucitado y que la Pascua es novedad absoluta.
En esta celebración los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, es el signo visible además de la fraternidad y comunión entre presbíteros y obispos.
Lavatorio de Pies
En la Eucaristía vespertina del Jueves Santo, conmemorando la Cena del Señor se repite el gesto que hizo Jesús en esa ocasión, dando a sus discípulos ejemplo de servicio por parte del que tiene autoridad y es guía. Él vino a servir, y no a ser servido. En la cruz se entregó totalmente, ero antes quiso hacer este gesto que repiten ahora el Papa, los Obispos y los Párrocos en sus comunidades. Porque ellos y todo bautizado debe ser signos vivientes del «Cristo servidor, entregado por los demás».
El pan y el vino: Cuerpo y Sangre de Cristo
Son los elementos naturales que Jesús toma para que no sólo simbolicen, sino que se conviertan en su Cuerpo y su Sangre y lo hagan presente en el sacramento de la Eucaristía. Lo que todos conocemos como la transubstanciación.
Jesús los asume en el contexto de la cena pascual, donde el pan ázimo de la pascua judía que celebraban con sus apóstoles hacía referencia a esa noche en Egipto en que no había tiempo para que la levadura hiciera su proceso en la masa (Ex 12,8).
El vino es la nueva sangre del Cordero sin defectos que, puesta en la puerta de las casas, había evitado a los israelitas que sus hijos murieran al paso de Dios (Ex 12,5-7). Cristo, el Cordero de Dios (Jn 1,29), al que tanto se refiere el Apocalipsis, nos salva definitivamente de la muerte por su sangre derramada en la cruz.
Los símbolos del pan y el vino son propios del Jueves Santo en el que, durante la Misa vespertina de la Cena del Señor, celebramos la institución de la Eucaristía, de la que encontramos alusiones y alegorías a lo largo de toda la Escritura.
Pero como esta celebración vespertina es el pórtico del Triduo Pascual, que comienza el Viernes Santo, es necesario destacar que la Eucaristía de ese Jueves Santo, celebrada por Jesús sobre la mesa-altar del Cenáculo, era el anticipo de su Cuerpo y su Sangre ofrecidos a la humanidad en el «cáliz» de la cruz, sobre el «altar» del mundo.
La cruz
El Viernes Santo, después de escuchar el relato de la Pasión, hacemos un gesto muy sencillo y significativo: nos presentan la Cruz, cantando una aclamación a Cristo, y nos acercamos uno a uno a adorarla como signo de nuestra admiración y gratitud por lo que Jesús hizo por nosotros entregándose a la muerte de cruz y reconciliándonos así con Dios.
La cruz fue, en la época de Jesús, el instrumento de muerte más humillante. Por eso, la imagen del Cristo crucificado se convierte en «escándalo para los judíos y locura para los paganos» (1 Cor 1,23). Debió pasar mucho tiempo para que los cristianos se identificaran con ese símbolo y lo asumieran como instrumento de salvación, entronizado en los templos y presidiendo las casas y habitaciones sólo, pendiendo del cuello como expresión de fe.
Esto lo demuestran las pinturas catacumbales de los primeros siglos, donde los cristianos, perseguidos por su fe, representaron a Cristo como el Buen Pastor por el cual «no temeré ningún mal» (Sal 22,4); o bien hacen referencia a la resurrección en imágenes bíblicas como Jonás saliendo del pez después de tres días; o bien ilustran los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, anticipo y alimento de vida eterna. La cruz aparece sólo velada, en los cortes de los panes eucarísticos o en el ancla invertida.
Podríamos pensar que la cruz era ya la que ellos estaban soportando, en los travesaños de la inseguridad y la persecución. Sin embargo, Jesús nos invita a seguirlo negándonos a nosotros mismos y tomando nuestra cruz cada día (cf Mt 10,38; Mc 8,34; Lc 9,23).
Expresión de ese martirio cotidiano son las cosas que más nos cuestan y nos duelen, pero que pueden ser iluminadas y vividas de otra manera precisamente desde Su cruz. Sólo así la cruz ya no es un instrumento de muerte sino de vida y al «por qué a mí» expresado como protesta ante cada experiencia dolorosa, lo reemplazamos por el «quién soy yo» de quien se siente demasiado pequeño e indigno para poder participar de la Cruz de Cristo, incluso en las pequeñas «astillas» cotidianas.
La corona de espinas, el látigo, los clavos, la lanza, la caña con vinagre…
Estos «accesorios» de la Pasión muchas veces aparecen gráficamente apoyados o superpuestos a la cruz.
Son la expresión de todos los sufrimientos que, como piezas de un rompecabezas, conformaron el mosaico de la Pasión de Jesús. Ellos materialmente nos recuerdan otros signos o elementos igualmente dolorosos: el abandono de los apóstoles y discípulos, las burlas, los salivazos, la desnudez, los empujones, el aparente silencio de Dios.
La Pasión revistió los tres niveles de dolor que todo ser humano puede soportar: físico, psicológico y espiritual. A todos ellos Jesús respondió perdonando y abandonándose en las manos del Padre.
Ecce Homo
Imagen de Jesucristo tal como Pilato la presentó al pueblo ( del latín “ecce”, he aquí, y “homo”, el hombre).
Gólgota
Calvario. Colina de Jerusalén en Palestina, donde fue crucificado Jesús.
Vía Crucis (en latín: El camino de la cruz)
Ejercicio piadoso que consiste en meditar el camino de la cruz por medio de lecturas bíblicas y oraciones. Esta meditación se divide en 14 o 15 momentos o estaciones. San Leopoldo de Porto Mauricio dio origen a esta devoción en el siglo XIV en el Coliseo de Roma, pensando en los cristianos que se veían imposibilitados de peregrinar a Tierra Santa para visitar los santos lugares de la pasión y muerte de Jesucristo.
Tiene un carácter penitencial y suele rezarse los días viernes, sobre todo en Cuaresma. En muchos templos están expuestos cuadros o bajorrelieves con ilustraciones que ayudan a los fieles a realizar este ejercicio.
El Fuego
En la Vigilia Pascual, en la noche del sábado al domingo, iniciamos la celebración reuniéndonos, fuera de la iglesia o en su puerta, en torno a una hoguera de fuego. De ahí se encenderá el Cirio pascual. En la oscuridad de la noche es cuando brilla la luz que es Cristo. La Cuaresma empezó con ceniza. Ahora la Pascua empieza con fuego, luz y agua.
Las tinieblas, entonces. son símbolo del mal, la desgracia, el castigo, la perdición y la muerte (Job 18, 6. 18; Am 5. 18). Pero es Dios quien penetra y disipa las tinieblas (Is 60, 1-2) y llama a los hombres a la luz (Is 42,7).
Jesús es la luz del mundo (Jn 8, 12; 9,5) y, por ello, sus discípulos también deben serlo para los demás (Mt 5.14), convirtiéndose en reflejos de la luz de Cristo (2 Cor 4,6). Una conducta inspirada en el amor es el signo de que se está en la luz (1 Jn 2,8-11).
Durante la primera parte de la Vigilia Pascual, llamada «lucernario», la fuente de luz es el fuego. Este, además de iluminar quema y, al quemar, purifica. Como el sol por sus rayos, el fuego simboliza la acción fecundante, purificadora e iluminadora. Por eso. en la liturgia, los simbolismos de la luz-llama e iluminar-arder se encuentran casi siempre juntos.
El cirio pascual
Entre todos los simbolismos derivados de la luz y del fuego, el cirio pascual es la expresión más fuerte, porque los reúne a ambos.
El cirio pascual representa a Cristo resucitado, vencedor de las tinieblas y de la muerte, sol que no tiene ocaso. Se enciende con fuego nuevo, producido en completa oscuridad, porque en Pascua todo se renueva: de él se encienden todas las demás luces.
Las características de la luz son descritas en el exultet y forman una unidad indisoluble con el anuncio de la liberación pascual. El encender el cirio es, pues, un memorial de la Pascua. Durante todo el tiempo pascual el cirio estará encendido para indicar la presencia del Resucitado entre los suyos.
El Agua Bautismal
La noche de Pascua es el mejor momento para los bautizos, o para recordar el nuestro. Los Catecúmenos reciben este sacramento durante esta noche santa. El Bautismo es el sacramento en que radicalmente nos incorporamos a la vida de Cristo, y participamos de su muerte y resurrección. Por eso se hace expresivamente la aspersión sobre todos, y renovamos las promesas bautismales.