Jesús vence al tentador diabólico – P. Miguel Manzanera SJ

Dentro del año litúrgico la Iglesia Católica celebra la Cuaresma durante 40 días después del Carnaval hasta el inicio de la Semana Santa. La Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza. Durante ese día el sacerdote en la Misa bendice la ceniza de las palmas del domingo de Ramos del pasado año. Luego pone la ceniza sobre la cabeza de cada persona diciéndole “Conviértete y cree en el Evangelio” o también “Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”. De esa manera también recordamos que Jesús, poco después de haber recibido el sacramento del bautismo, fue tentado por el maligno, haciéndose así semejante a nosotros en todo menos en el pecado.

Los evangelios narran cómo Jesús, antes de comenzar su vida pública, fue llevado por la Rúaj (el Espíritu Santo) al desierto para ser tentado por el diablo (Mateo 4,1-11; Marcos 1,12-13; Lucas 4,1-13; Juan 1,19-34). Allí Jesús ayunó durante 40 días y 40 noches como merecido castigo del pueblo por los pecados. Este ayuno tuvo su antecedente histórico en el castigo que Yahvé infligió a los israelitas desobedientes a quienes mantuvo durante 40 años en el desierto sin poder comer pan sino solamente el maná, alimento de escasa consistencia alimenticia. Así Jesús mostró que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que nace de la boca de Dios (Deuteronomio 8,2-4).

Los tres evangelios sinópticos narran cómo Jesús, el Hijo de Dios encarnado, después de su bautismo y antes de comenzar su vida pública, fue probado por el diablo con tres horribles. No es fácil comprender por qué Dios Padre y la Rúaj Divina (Espíritu) permitieron que Jesús fuese tentado de esa manera por el diablo. Pero fue el mismo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, quien quiso someterse a las tentaciones diabólicas, similares a las que sufrieron Adán y Eva y sus descendientes, haciéndose semejante a nosotros en todo menos en el pecado (Filipenses 2,6-8).

Bajo el pretexto de probar la fidelidad de Dios, el satán tentador sometía a los judíos a tentaciones difíciles de superar, tal como hizo con Job, quien, aunque despojado de su salud, de sus hijos y de todos sus bienes, nunca renegó de Dios, sino que afianzó su fidelidad en Él (Job 1 y 2). Jesús, como Sumo Sacerdote, también superó las tentaciones, aceptándolas como todo mortal, mostrando así su solidaridad y compasión con los judíos , su plena compasión con nuestras debilidades, aceptando las penas que nosotros merecíamos (Hebreos 4,14-16).

Con estos antecedentes entendemos mejor las tres tentaciones sufridas por Jesús en el desierto. En la primera tentación el tentador se le acercó y le dijo: “Si tú eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. En el fondo el diablo quería que Jesús, sediento y hambriento, después de 40 días de ayuno hiciese un milagro para mostrar que era el Hijo de Dios. Sin embargo Jesús, siguiendo el ejemplo de Moisés en el desierto (Deuteronomio 8,3), rechazó esa tentación diabólica y respondió al diablo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4,4).

Así Jesús hambriento, rechazó esa propuesta, mostrando que el alimento corporal, si bien es necesario, mucho más importante es el alimento espiritual de cumplir la voluntad divina. Jesús en la última cena, antes de ser crucificado, nos dejó el gran regalo del pan y el vino, convertidos en su cuerpo y su sangre, como alimento espiritual para la vida eterna.

Un tiempo después, el diablo llevó a Jesús sobre el alero del Templo de Jerusalén y le mandó: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate abajo, porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará y en sus manos te llevará para que no tropiece tu pie en piedra alguna`” (Salmo 91,11-12). El maligno tentó a Jesús para hacerle dudar de su identidad divina, obligando a Dios Padre a hacer un milagro espectacular delante de la gente que le proclamaría como el Mesías prometido por Dios. Sin embargo Jesús rechazó esa propuesta diabólica con estas palabras: “También está escrito no tentarás al Señor tu Dios”.

Finalmente el diablo llevó a Jesús a un monte muy alto y, mostrándole todos los reinos del mundo y su gloria, le prometió: “Todo esto te daré si postrándote me adoras” (Mateo 4,8-11). Aquí el maligno descubrió su tremendo poderío como “Príncipe del mundo”. Pero Jesús, conociendo la perversidad y soberbia del maligno, le respondió: “Apártate de mí, satanás, porque está escrito: ‘Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él darás culto´”. Jesús también pronosticó que el maligno sería condenado y expulsado del Reino de los cielos (Juan 12,31; 14,30; 16,11).

De esta manera Jesús mostró que su misión en la tierra no era hacer milagros espectaculares. Las expulsiones diabólicas y las curaciones milagrosas que Jesús realizó en su vida, no fueron hechas para ser aplaudido y aclamado, sino para mostrar el profundo amor de Dios a todos los hombres, especialmente a los pobres, a los enfermos y necesitados y también a los pecadores para que se arrepientan.

Jesús vivió en esta tierra como el Siervo de Yahveh, pobre y humilde. Nunca pretendió ser aclamado como Rey poderoso. Sólo una vez, antes de su pasión y muerte en la cruz, entró victorioso en Jerusalén, montado sobre una asna y un pollino, siendo vitoreado por la multitud (Mateo 21). Incluso cuando le fueron a buscar para encarcelarlo riñó a Pedro quien para protegerle sacó su espada y le cortó la oreja a Malco, siervo del sumo sacerdote. Jesús le ordenó: “Pedro mete tu espada en la vaina. ¿La copa que me ha dado el Padre no la voy beber?” (Juan 18,11).

Dios Padre permitió que el diablo tentase a Jesús agonizante para que sucumbiese. Pero Jesús había pedido al Padre no ser abandonado en la tentación, tal como se indica en el texto original del Padre Nuestro: “No nos metas en tentación, antes bien líbranos del Malo” (Mateo 6, 13). De hecho Jesús, después de morir y ser sepultado, bajó al seol y allí predicó a los difuntos encarcelados. Así cumplió su misión como Mesías, liberando a mucha gente que permanecía prisionera por el poderío de satanás. Jesús, poniéndose en las manos del Padre, derramó su sangre en su pasión y aceptó su muerte provocada por el maligno, quien mantenía encadenados en el seol a muchos fieles fallecidos sin poder acceder a la misericordia divina (Mateo 18).

Pero Dios Padre liberó de la muerte a su Hijo Jesús, le resucitó y salió del seol, aunque su cuerpo quedó en la tumba. Al comenzar el tercer día domingo, Jesús salió y se apareció a sus discípulos, convocándoles para formar la nueva comunidad de la Iglesia, presidida por Pedro y sus sucesores, a quienes entregó las llaves del Reino de los Cielos (Mateo 16,18). Por eso todos los años se celebra la Santa Cuaresma, dándonos tiempos y maneras de examinar nuestras vidas y de resistir a las tentaciones del diablo, evitando caer en los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Sigamos el ejemplo de Jesús y aprendamos a rechazar esas y otras tentaciones del maligno, manteniéndonos firmes en la oración, la misericordia y la penitencia, ayudando a las personas necesitadas.

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