Nestor Ariñez: Los sacerdotes

Hoy, Jueves Santo, recordamos a los sacerdotes. Cuando alguno de los pocos amigos sacerdotes que tengo llega a mi casa, siento que solo su presencia purifica y bendice a mi familia, se trata de una gracia, de una bendición.
Los sacerdotes son personas que han recibido una vocación, es decir, un llamado divino. Al igual que los discípulos de Jesús, han sentido la voz del maestro de Nazaret, que les decía: “Ven y sígueme”. Fieles a esa convicción de fe, han dejado todo atrás, familia, amigos, casa, negocios, etc., y, como Pedro y los discípulos, se han animado a “dejar las redes” y caminar con Cristo.
En una ocasión, un joven se acercó a Jesús y le preguntó: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?”. Y, cuenta el evangelio, que Jesús lo miró con cariño. Los sacerdotes son gente que ha experimentado el amor de Dios en sus vidas. En algún momento han percibido esa mirada penetrante que te conoce en profundidad y, aun así, te ama. Nadie sabe explicarlo, solo se trata de una experiencia. El saberse amados por Dios les da la libertad de amar a los demás sin límite, los sacerdotes son hombres que aman a la humanidad y buscan cada día que esta descubra el amor liberador del Padre.
Muchos sacerdotes viven solos, encargados de parroquias alejadas o de céntricos lugares de culto que, cuando se vacían, se convierten en enormes espacios de soledad. La soledad, la pobreza, a veces la sensación de inutilidad, la enfermedad, la vejez son aspectos que provocan sufrimiento a estos discípulos de Cristo. Son gente que sabe sufrir, que encuentra en la cruz una explicación a sus padecimientos y que ofrecen sus dolores por otras personas que sufren igual o más que ellos.
Los sacerdotes son gente entusiasta que quiere llevar la alegría del evangelio del Reino de Dios, a los pobres, a los enfermos, a los que sufren injusticia. Por eso están siempre alegres, con una alegría que refleja la serenidad de su alma, un alma cultivada con la oración constante y diaria. Los sacerdotes llevan el mundo en sus pechos y lo ofrecen diariamente al único capaz de transformarlo.
En estos días de Semana Santa, trabajan intensamente confesando y perdonando. Ellos se saben pecadores y saben también que el amor de Dios es mucho más grande que cualquier pecado humano, por eso perdonan. Solo aquel que sabe pedir perdón aprende a perdonar.
Imponen las manos para bendecir a las personas, algunos incluso realizan curaciones milagrosas, en nombre de Jesús. Con esas manos transforman el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús. Gracias al sacrificio de la eucaristía nos traen la unidad y la paz de la comunión con Cristo.
No olvidemos a nuestros amigos sacerdotes, recemos por ellos, por los jóvenes que recién empiezan su vida sacerdotal y por los viejos que han dado su vida entera por la Iglesia, por los que andan con sotana y por los que son menos formales, por aquellos que han estudiado alguna otra profesión y desde allí, llevan el evangelio a la gente. Pidamos por los que visitan a los enfermos, por los que acuden a las cárceles, por los que se dedican a la educación, por los que recogen a los niños de las calles. Recemos por ellos constantemente, por su vocación, por su sufrimiento, por su perseverancia. Acompañémoslos en sus actividades pastorales cuando podamos, compartamos con ellos la alegría de nuestra familia, y contagiémonos mutuamente el gozo que nos trae la resurrección de Jesús.