Solemnidad de San José, Esposo de la Virgen María y custodio de la Iglesia Católica

Este 19 de marzo, la Iglesia Católica celebra la Solemnidad de ‘San José, esposo de la Virgen María’. José es un personaje central de nuestra fe católica por designio divino, ya que Dios le concedió el privilegio y la bendición incomparables de estar al lado de María, y de criar junto con ella a su propio Hijo. En el plan de amor infinito, Dios le encomendó el ‘trabajo’ más importante, la misión de ser cabeza de la Sagrada Familia.
Asimismo, San José es el patrono de la Iglesia Universal; y lo es también, en particular, de muchísimas comunidades religiosas, instituciones e incluso naciones; también es conocido como el ‘patrono de la buena muerte’, como se explicará más adelante.
Quiso Dios que el amor del corazón de José de Nazareth se volcara sobre María, al punto de elegirla como esposa. Ese amor que Dios inspiró se fue perfeccionando poco a poco a lo largo de su vida adulta, incluso en momentos difíciles, llenos de incertidumbre. Dice la Escritura que el ángel le habló a José, varón justo, en sueños: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1, 20-21).
Ser la sombra del Padre
La misión confiada a San José fue inmensa, capaz de desbordar cualquier cálculo humano. Frente a ella, José respondió con valor y sencillez; no hizo aspavientos ni buscó reconocimientos. Muy por el contrario, confió en Dios y se puso manos a la obra -¡Le costó! ¡Hubo esfuerzo, sin duda!-. Al mismo tiempo, lo suyo no fue ocupar un lugar protagónico, su puesto recuerda a lo contemplativo, razón por la cual se le conoce como el “santo del silencio”. Con todo, siempre llamará la atención el contraste entre todo lo que le fue requerido y lo ‘poco’ que aparece en el relato bíblico; no se conoce palabra que haya salido de su boca -sabemos que los Evangelios no recogen nada-. Eso sí, quedan de manera prístina sus obras, su fe y su amor; las que influenciaron en Jesús y forjaron su carácter, las que cimentaron su santo matrimonio.
Esposo y custodio
Junto a Santa María, San José sufrió las vicisitudes que rodearon el nacimiento del Mesías. Basta recordar que la acompañó embarazada, a poco de dar a luz, con la angustia de que no los quisieran recibir en Belén, justo en aquella noche fría en la que nació el Salvador de los hombres.
Basta contemplar el misterio por el que el Hijo de Dios, encomendado a sus cuidados, vino al mundo en un establo y, a los pocos días, fue llevado fuera del país rumbo a Egipto. Fue José quien tuvo que organizar la huida, como si hubiese cometido un delito, luchando por pensar solo en su objetivo: poner a Jesús a buen recaudo, lejos de la mano asesina de Herodes. Qué gozo debe haber sentido al ver cómo la Providencia coronaba su esfuerzo manteniendo a su familia a salvo.
Paternidad real y ejercida
Como José era carpintero, no pudo darle lujos a Jesús y tuvo que hacerlo convivir con la pobreza. Por supuesto, eso no fue límite alguno para su amor: José le dedicó todo el tiempo que pudo para atender a su hijo y enseñarle su profesión. De seguro, las atenciones del santo carpintero fueron más que suficientes para que el Señor conociera el cariño y la guía de un padre. José no se guardaría nada para sí y entregaría todo por su hijo. Supo comprender a Jesús cuando su misión lo apremiaba, como aquella vez que se extravió y lo encontró enseñando en el templo. Hasta en eso José fue desprendido y generoso.
El hogar de Nazareth era, pues, un auténtico cenáculo de amor, vivido en perfecta presencia de Dios. José pasó allí sus mejores años, en contacto directo con la fuente de todo amor. ¡Dios conviviendo con él bajo el mismo techo! ¡Cuántas veces la mirada de José debe haberse cruzado con la de Jesús! ¡Cuántas veces debe haberse quedado contemplando la grandeza de Dios presente en Jesús niño, o siendo adolescente, o mientras se hacía hombre! ¡Cuántas veces deben haber hablado de padre a hijo y compartido experiencias! Y es que Dios, en su humildad infinita, quiso dejarse educar mansamente por San José, mientras este se dejaba educar por su propio hijo a través de sus palabras y sus gestos.